Que vivan las palabras perdidas,
abandonadas en un harapiento rincón, entretejidas en la tela del olvido.
Que viva la inspiración dormida, latente en un pálpito que ondea al ritmo del viento.
Que se recuerden los sentimientos rotos,
resquebrajados por el arrasador paso del tiempo,
ese que cicatriza,
y encoge los recuerdos hasta no volver a recordar.
Que viva el color del viento,
las sonrisas robadas,
el papel virgen,
los cuerpos ya repletos de tinta.
Que viva esa arritmia de latidos,
las lágrimas lentas,
la melancolía del último amanecer.
Vivan las palabras perdidas.
Y quizás algún día podamos volver a creer.
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