Los adioses, los tal vez, los te quiero, los gracias, los perdón que se quedaron atrapados y no pude decir. Estaban aquí.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Todos los días sale el sol.

Fue como si todos los adioses se concentraran en aquella última mirada. La acarició visualmente, recorriendo todos las curvas de su expresión desolada, todos los mechones que se salían de la trenza dorada de espiga que caía por su espalda.
Un "no te vayas" se atascó en la garganta, agazapado tras el miedo de la primera despedida, así que se  limitó a volver a besarle, firmando una vez más con su huella, su piel.
Él era alto, con una serenidad que te abrumaba al respirar. Sonreía y daba la sensación de que el mundo se iluminaba un poco más, de que desechaba parte de tus sombras. Con la maleta azulada, cargada de amargura y kilómetros, se giró de camino hacia el tren, que aguardaba impaciente a las lágrimas de los últimos viajeros.


Algo se me fue contigo.

Algo se llevó en aquel vagón verde, que se alejaba por las vías vibrando a alta velocidad, algo que sabía que ya no tenía y que sin embargo no llegaba a averiguar el qué. El guiño de la primera mañana, el último rayo de sol envuelto en mantas, su camiseta roja favorita, el te echo de menos que él escondió bajo la almohada la última noche, la caricia con sabor a oportunidad.

Todos los días sale el sol. 
Y él y ella siempre mirarán hacia arriba, y les cegarán los mismos rayos.

Porque sólo es geografía.




martes, 12 de agosto de 2014

A la puerta del olvido

A la puerta del olvido, llama con lentitud el tiempo. Se recrea en la espera, inexorable, frente al picaporte macizo. Ha llegado la hora. El tiempo toca con los nudillos, con temor, con la incertidumbre del viajero que espera un tren de medianoche. Con el sabor del descanso amargo de los perdedores. Con el destino incierto de los "por qués". 

El tiempo llama a la puerta del olvido, y en ese preciso instante, los recuerdos se decoloran. Paulatinamente, se cuelan los vacíos, se extienden como una mancha de tinta en el agua, desgastando todo a su paso. Los colores se vuelven menos brillantes, y los mecanismos se simplifican a la brisa del aleteo de una mariposa. Lo que una vez fue, no deja si no de diluirse en minutos y segundos, fraccionados en momentos que jamás volverán a ser. 

Y el viajero olvida su camino, errante.
Y el viajero olvida su...
Y el viajero se olvida de que es viajero.

Y el hombre... deja de ser hombre.