El tutú de tul negro y la luz del atardecer hace que parezca una ninfa, algo sobrehumano; aprovecho estos instantes de concentración para ondear mi cuerpo y dirigir una mirada penetrante de derecha a izquierda.
Sólo un poco más.
Puedo sentir su fascinación, como una red que se ha extendido inevitablemente por toda la multitud, sus ganas de más. Oigo sus gritos ahogados, veo sus bocas abiertas en una mueca de sorpresa.
¿Puedo hacerlo? Claro que sí.
Sólo un salto para cumplir mi sueño y volveré a aquella oficina en la que trabajo. Prometido.
De pequeña era mi obsesión inconsciente. Cada vez que veía un bordillo tenía la necesidad de caminar por él, de sentir aquella sensación de oscilar, de pender de un hilo, de oler de cerca el riesgo absoluto. Y en cuanto mi cuerpo se preparaba para precipitarse al vacío, -en aquel caso menos de quince centímetros- volvía a batir los brazos como si fuera un ángel para volver a flotar, rozando apenas la superficie. En realidad el abrazo protector de mi padre, la mano siempre disponible para recuperar el equilibrio ayudaban bastante.
Sin embargo, me convencía una y otra vez que yo era capaz de hacerlo sola, que era una estrella. Y que nada me separaría del precipicio, excepto la muerte.
Para que veas, papá. Para que veas que sí podía ser una equilibrista famosa, la estrella del nuevo Cirque du soleil. Porque nunca me hiciste caso y yo sabía que podía hacerlo.
Un rayo de tormenta anticipa las lágrimas del cielo que vienen a continuación. Sonrío y me lanzo sin pensar a la cuerda negra que me espera firme y tersa. Flexiono las piernas y noto cómo todos mis músculos se contraen bajo el adictivo efecto de la adrenalina. El suelo es muy pequeño desde aquí. Me estiro saltando hacia arriba, elevando una de mis piernas en vertical, haciendo una postura casi imposible.
Permanecer en el aire un instante antes de caer.
Mi pequeño éxtasis.
Cuando comienzo a descender a gran velocidad no veo a la gran cantidad de gente que se ha agolpado entre los dos postes de electricidad, ni escucho sus gritos horrorizados. Sólo sonrío otra vez ante la inmensa ovación de mi público entregado, ante aquellos aplausos en forma de gotas de lluvia que golpean los coches de las personas que están allí.
Sólo instantes antes de impactar contra la lona de los bomberos descubro el engaño. Ni público, ni carpa ni espectáculo.
Sólo una joven obsesionada que ya ha cumplido el sueño de volar sobre el mundo, un cable negro y una tormenta.
Lo último que pienso antes de que me aten en la camilla para examinarme en el hospital es que algo en mi interior se ha estabilizado para siempre. Esa obsesión, esa tensión. Ha desaparecido. "Gracias por recuperar mi equilibrio, papá."