Y se me escapa un te echo de menos, ligero, fugaz, rebotando entre las brisas de aire que revuelven el ambiente estático de la habitación. Tú me miras, como si no entendieras, como si tus ojos no hubieran recibido la melancolía de mis palabras.
Mi gesto interrogante emana inseguridad, y repentinamente la esperanza me flaquea desvaneciéndose de bruces en un silencio tosco al ver que no reaccionas.
Me levanto entonces, de pronto empeñada en aferrarme a cualquier rescoldo todavía firme. Aún esperando que alguna chispa vuelva a prender en tus latidos, apagados y sordos como el ruido del ventilador.
Pero ha terminado.
Lo percibo en el calor asfixiante de las paredes, en la luz blanquecina del fluorescente, y en el cuero de tu chaqueta. Qué tontería, ¿verdad? Pero incluso tu ropa parece mas desvaída desde que ya no me besas igual.
Me estremezco cuando te rozo el hombro con la mano, y mirándome los dedos, casi siento cómo mi corazón se libera de un peso pesado. Soy libre.