Los adioses, los tal vez, los te quiero, los gracias, los perdón que se quedaron atrapados y no pude decir. Estaban aquí.

jueves, 15 de octubre de 2015

Sin quitamiedos

Esta mañana he aterrizado en la antesala de la fecha subrayada durante tantos años en el calendario. El principio y el final se funden, y sólo queda un moribundo recuerdo que cada vez camina con más dudas, como si supiera que ya no tiene nada que hacer.
No te guardo rencor.
Miro hacia atrás y veo cómo mi camino no era más que una curva cerrada a la altura de tu despedida. Que lo único que me retuvo cuando me fui, era el vértigo a derrapar sin quitamiedos, sin freno y con ojos vendados.
Pero aceleré al cogerla, arrastrada por un abril que amenazaba con ser el más lluvioso de mi historia, y cuando el parabrisas me permitió ver, descubrí una incorporación a la carretera inesperada.
Él.

Con faros de larga distancia, calor y Maldita Nerea suave, acompañándonos en el viaje. Con su ingenua forma de hacer todas las mañanas más fáciles, de encontrar siempre el último suspiro bajo mi ombligo. De hacer que con él, siempre sea mejor.
No te guardo rencor.
Gracias a lo que fuiste, a lo que fuimos juntos, por abrir el mundo del lenguaje mudo. Gracias por apagar tú mismo tu luz, por soltarme la mano y dejar que la sorpresa rasgara en dos mi inocencia. Esta mañana he aterrizado en mi primer tropiezo con tu mirada; y lo he hecho mirando atrás, sonriendo, y cerrando la tapa de un libro que ya había leído. 

Como quien revisa el último párrafo del epílogo, y decide no cambiar ni una coma. Como quien terminó de escribir una historia, y sabe que la vida le está esperando fuera. No te guardo rencor, pero me he lanzado a la luz con los ojos abiertos. 
Y no me ha cegado.
Por Irene Cid Vega

lunes, 12 de octubre de 2015

Quédate.



Piensa en escribir sobre él y le entra la risa.
Es como si lo que sintiera fuera tan grande que no cabe entre palabras. Cómo ponerle nombre a una sensación imposible, cómo encontrar el camino de vuelta al verano desde la manta del sofá de enero.

Vino sin que le buscara, a traspiés, y con ganas de una oportunidad en el bolsillo izquierdo.
Se devoraban los minutos prohibidos, a solas con las ganas de morderse el destino. Saltaban a la mirada del otro con la desesperación de quien no quiere perder el último tren.

Era verle aparecer a lo lejos, con la cazadora de cuero negra y colocándose el pelo, y su corazón se quedaba en blanco.
"Mírame. Mírame hoy también, cómeme a besos, no te vayas. Quédate."
Su pulso se tropezaba cada vez con más frecuencia. Ella sabía que algo había cambiado, que encajaba con sus manías, sus días grises, sus calcetines de gala. Con su sonrisa, con sus ganas de comerse el mundo.
Y al final...
Verano. Comiéndose a besos como si no les quedaran inviernos. Ese momento en que se paran, se miran y se le escapa.
Subió por la garganta, dulce, rebelde, como tantas veces que se lo volvía a tragar con un escalofrío discreto para evitar romper el fino equilibrio que mantenía su pequeño trocito de paraíso. Pero aquella tarde le llenó la boca, se revolvió alrededor de su lengua, y entreabrió sus labios en busca de oxígeno.

Desde la T hasta la O.
Te quiero.
Solo, simple, fugaz. Un principio y un final. "Que te quiero." Aquí, y ahora. En camisa y zapatos, en sudadera, en pijama, sin él. Con ese guiño de ojos sin complejos, sus manos calentitas, y tantos lunares que aún no le ha contado. Botón a botón, quitándole a suspiros las ganas de irse.

Dejó todos los calendarios usados guardados en el desván de la memoria, preparada para correr con él. Con la vida a sus pies. Esperando.
Piensa en escribir sobre él y le entra la risa.
Y sube un cosquilleo de ganas de verle, de volar una cometa, y de atar promesas a una pulsera en el mar.
Por que con él, siempre es mejor.