Los adioses, los tal vez, los te quiero, los gracias, los perdón que se quedaron atrapados y no pude decir. Estaban aquí.

martes, 21 de mayo de 2013

Vuelve a sonreír, al recordar París

Y mientras él colocaba mecánicamente los abrigos en la maleta, yo continuaba pensando cómo frenar aquella hemorragia en mi vida.
Tomás evitaba mi mirada, a la vez que almacenaba en cajas de cartón y mochilas pedazos de todos aquellos años.
La camisa azul que le había regalado hacía un par de años.
"La historia interminable"
Todos sus CDs de vinilo.
-¿Quién se queda con... esto? -Preguntó casi ausente, enseñándome una pequeña botella en cuyo interior  había un papel atado con un cordón azul.
¿Esto?
Así que por aquel entonces ya sólo era un pronombre demostrativo. Sonreí sin ganas, como si ya me lo esperara.
Esto, había sido el pilar de todos nuestros deseos. Un pequeño papiro de Egipto que habíamos comprado en Alejandría, en el que habíamos escrito uno por uno todos los sueños que queríamos conseguir juntos, encerrados en una botella de cristal. Sólo faltaba uno por cumplir.

Aquella seguridad de los primeros años, aquella confianza en la felicidad eterna. "¿Dónde la has escondido, Tomás?" Traté de bucear en sus pupilas, y me vi temblando ante la posibilidad de seguir queriéndole.
Esa forma ladeada de mirar, esa curvatura de los labios, la forma de moverse ágil y serena. Sus caricias eran lentas, concienzudas. Rápidamente esos pensamientos me absorbieron hacia un recuerdo, entre paredes blancas de un apartamento en la costa de Málaga.
Pero ante mí tenía un hombre de mediana edad, pasado el medio siglo y algo envejecido, y con la sonrisa desgastada. Ya no hablábamos el mismo idioma, era como necesitar permanentemente un traductor de emociones y pensamientos, y aún no se había inventado.

Entonces lo vi evidente. Cuando el amor te invade, es imposible expulsarlo. Esa sensación de conexión, nunca desaparece. Lo que cambia es el tiempo verbal, y es lo que hay que aprender a asumir. Había estado enamorada de Tomás, y de hecho lo estaba, y aún sigo estándolo.
Estoy enamorada del Tomás que, hace ya años, me llevó a las cumbres de la vida, desde la que contemplábamos las mismas vistas. Siempre querré a la persona que era en aquel intervalo de tiempo en el que nos amamos con tierna locura.

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Volviendo a aquella habitación del piso 42, de la Décima Avenida de Nueva York, tendí la mano para recoger lo que quedaba de nuestros sueños. Abrí el corcho de la botella, desenrollé el pequeño papiro y leí la única frase que quedaba por tachar.

Prometo llevarte a París. 



Miré a Tomás, con renovadas fuerzas.
-Te queda una promesa por cumplir, y sé que eres un hombre de palabra.

Él parecía incómodo, como si no quisiera retrasar más el momento de marcharse para siempre, como si estar demasiado tiempo a mi lado comenzara a resultarle tóxico.
-No te preocupes, seré breve. - Le tranquilicé de forma seca. Cogí el sobre en el que él había guardado el dinero líquido que había sacado de nuestra cuenta, y conté dos billetes de los grandes. - Con esto es más que suficiente para ir a París. Sola.

Emborroné el último deseo con más tinta de la necesaria, y rasgué el papel mirándole a los ojos.
-Lo que yo te prometo es que aprenderé a escalar sola y llegaré a la cima de la vida de nuevo. Ojalá tus vistas sean igual de bellas, Tomás.

Y con un último roce en su hombro, y después de bajar en el ascensor, me senté en el banco de debajo del  inmenso rascacielos a la espera de que mi antiguo amor terminara de empaquetar su equipo de escalada y se alejara por la avenida en busca de nuevos horizontes.


jueves, 2 de mayo de 2013

Érase.

Érase una vez.

¿Una vez? Érase una vez o muchas, tanto tiempo hay entre aquel tiempo y el presente que ya nadie recuerda...

Un hombre desencantado, atrapado por el desamor. Un hombre resquebrajado, enlutado en honor al destino.

Érase una vez un hombre que había roto todos los moldes, y como consecuencia fatal, pensaba. Observaba por encima del bien, de la maldad, de las miserias humanas y la felicidad, y esto le había hecho comprender.

Había comprendido la esencia de, en lo que en un alarde de egocentrismo humano, llamamos MUNDO.
Érase un hombre que no quería ser hombre, sino estar vivo. 

Érase alguien... que sufría por amor a la vida.