Los adioses, los tal vez, los te quiero, los gracias, los perdón que se quedaron atrapados y no pude decir. Estaban aquí.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Carta para Violeta

Fue extraño cuando te vi.
Apenas había cambiado la forma en que las hojas se dejaban caer con languidez sobre el banco que se abrigaba bajo la copa del inmenso roble. La madera apenas había añadido un par de muescas a la colección de daños y arrugas que le tallaban día a día, y sólo había aparecido una fecha más de amor escrita en una de las esquinas.
Nuestro banco.
Aquel pequeño refugio en el que parecía que el tiempo se congelaba, y los minutos se quedaban enredados entre tu pelo. 
Ya había dejado de frecuentar el sendero que serpenteaba bajo la sombra de los árboles de aquella zona del parque. 365 días no es demasiado tiempo para olvidar, desde luego. Pero sí para que la desesperanza rebosara el vaso de la ilusión, y mis piernas se negaran a seguir pasando frente a un banco vacío, esperando, todos los días de un calendario. 
Esperándote.
Ayer, un día antes de cumplir el segundo aniversario sin verte, el subconsciente me guió sin pedirme permiso y me encontré desandando los pasos de un camino de recuerdos que ya había decidido no volver a pisar. Me limité a seguir las miguitas de nuestros días juntos que la memoria había dejado tras de sí, y me encontré de nuevo en el parque, en el sendero de grava blanquecina, apoyado sobre la barandilla de un lago azul marino, que reflejaba la profundidad del cielo que se abría infinito sobre nosotros.
Nosotros.

Fue como si todos los espejismos de tu figura a lo largo de los dos años en los que tu ausencia cada vez era más palpable, se hubieran fusionado y hubieran creado el holograma perfecto. Eras tan... tú.

Sentada con los dos pies sobre el banco, abrazándote las rodillas y mirando hacia el horizonte ahogado por los edificios que crecían más allá del lago. Con los cascos blancos y, probablemente María Mena susurrándote al oído con voz cascada. Esa forma de fruncir el ceño tan especial, con los labios formando una línea curva, rojiza, sugerente. Los tenues rayos de sol iluminaban tu piel, que pálida y tímida se asomaba entre una camiseta y unos vaqueros cortos, ávida de melanina que dore tus piernas.

En aquel momento mi corazón hizo un viaje en el tiempo, y recuperó todos los archivos de nuestra historia. Razón de más para que se lanzara cuerpo abajo latiendo desenfrenadamente a través de arterias y venas, haciendo que la respiración se me cortara de golpe.
Fue extraño cuando te vi. Fue extraño cuando te vi descubriendo mi mirada, clavada en tus ojos, sin encontrar el punto de retorno al presente, en ese en el que ya no formabas parte de mi vida.

Entonces todo fue posible. Tus besos, tu sonrisa, tus mañanas podrían volver a ser mías. Me acerqué con todo el anhelo que mis noches vacías habían acumulado como pequeñas piedrecitas en el hueco que habías ocupado en mi corazón, y me detuve frente a ti, mirándote con intensidad. No sé muy bien por qué, pero entreabriste los labios y antes de darte tiempo a tomar aire, me fundí con tu aliento en un beso robado. Cerré los ojos y me ahogaron los recuerdos, pero había algo que no cuadraba. Me mirabas con esos ojos miel bien abiertos, sorprendida. Algo había cambiado. El sabor de tus labios me evocaba a las frutas del bosque, tan distintos a la dulzura que yo recordaba.

Era como si me quedaras pequeña, como si me hubiera probado una ropa de años atrás y hubiera crecido. Ya no te amoldabas a mí, tus curvas no encajaban con las mías. Por eso me separé de ti, sofocado, y te acaricié la mejilla con cuidado. Por eso te di un último beso en la mejilla, recreándome más de la cuenta en aquella suavidad, y después de mirarte a los ojos y descubrir que las chispas ya no brillaban en las pupilas, me alejé por el campo de grava blanca, cerrando por fin, uno de los capítulos de mi vida.

Por eso te escribo esto, Violeta. Porque mereces una explicación, porque te querré siempre, y porque tienes una parte de mi corazón que jamás te pediré que me devuelvas. Me he comprado un nuevo calendario, y buscaré sin buscar a alguien que ilumine mi vida, y a quien yo consiga hacer brillar. Sin prisa, sin pausa. Nunca dejes de soñar, ni de buscar la felicidad.
Adiós, pequeña.

Siempre tuyo,

Leo.