Los adioses, los tal vez, los te quiero, los gracias, los perdón que se quedaron atrapados y no pude decir. Estaban aquí.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Oda al otoño





Oda al otoño
Todo pasa, y todo queda.
El llanto rasgado y tenue de un recién nacido se mece, acompasado, con las ráfagas de brisa helada. 
La alfombra color ocaso se va reduciendo, hasta que, un veintiuno de último mes, la última hoja oscura se estremece en el asfalto. 
21 de diciembre.
La voz nueva, que antes lloraba, se silencia, sobrecogida ante el temblor del aire.
Frío. 
Con implacable precisión, se extiende por la ciudad, revolviendo el mechón rebelde de la estatua de Cervantes, balanceando la lona de la pista de hielo. La última cigüeña, despistada, termina las maletas y mira por última vez atrás; las luces navideñas enroscadas en los árboles tratan de brindar la calidez que el tiempo se ha llevado consigo, y las calles, vacías, esperan el despunte del sol para volver a acoger las prisas de las vísperas. ¿Se mantendría igual de bello a su regreso? 
Con la duda pendiendo de su corazón, y la pequeña luz de la esperanza, la cigüeña del campanario extiende sus alas hacia las nubes grises y deja Alcalá de Henares atrás.
La hoja dorada, aterida, trata de huir también, montándose sobre no sé qué ráfaga de viento fresco. Pero apenas instantes después, vuelve a caer en ese compás otoñal con el que se deslizan las hojas al llegar al suelo. Con un último temblor de despedida, abre los brazos, y deja que lentamente, el frío hiele sus venas de savia. Hasta el año que viene.
Bienvenido, Invierno.